Hasta hace poco tiempo, nadie se hubiera atrevido a atacar a otra persona porque dice que le parece mal la homofobia o el antisemitismo. De repente, la línea se corre y lo que era impensable empieza a ser naturalizado
Por Ernesto Tenembaum *
Hace muchos años, en su libro La historia de la homosexualidad en la Argentina, el periodista y escritor Osvaldo Bazán escribió un hermoso párrafo:
“El niño judío sufre la estupidez del mundo, vuelve a casa y en su casa sus padres judíos le dicen “estúpido es el mundo, no tú”(…) Le dan una lista de tradiciones y le dicen: “Tú estás parado acá”. Y sabrá, el niño judío, que no está solo. El niño negro sufre la estupidez del mundo, y vuelve a casa y en su casa sus padres negros le dicen “estúpido es el mundo, no tú” (…) Le dan una lista de valores y de tradiciones y le dicen: “Tú estás parado acá”. Y sabrá que no está solo. El niño homosexual sufre la estupidez del mundo y ni se le ocurre hablar con sus padres. Supone que se van a enojar. Él no sabe por qué, pero se van a enojar”.
Aquel libro de Bazán fue uno de los elementos que contribuyó fuerte, junto con muchos otros, para que la sociedad argentina -o un sector de ella, al menos- comprendiera finalmente la tragedia que causó la eterna persecución a los homosexuales. Como consecuencia de todo ese movimiento, hace poco más de una década se produjo un hecho histórico que distinguió a nuestro país: se aprobó la ley de matrimonio igualitario.
En estos últimos días, ese tema -la discriminación contra la comunidad LGBT- volvió a ocupar el centro del debate público, cuando se conocieron declaraciones de Franco Rinaldi, el primer candidato a legislador porteño por el macrismo. Rinaldi se refería a un periodista muy conocido con la expresión “sabemos hace 20 años que te arde la cola”. Al conocerse ese audio, el primero en reaccionar fue Luis Novaresio. El talentoso periodista explicó una de las consecuencias de ese tipo de exabruptos: “Hay chicos que se suicidan cuando reciben ese desprecio”. La relevancia del problema fue explicada también hace algunos años, por el periodista Bruno Bimbi en su libro El fin del Armario: “El bullying homófobo empieza antes de que podamos entenderlo (…) La primera vez que escuchamos un insulto homófobo, no sabíamos que éramos gays, ni qué era ser gay, pero comenzamos a intuir que, si fuéramos eso, la pasaríamos mal”.
Con el correr de los días, se conocería que, además, Rinaldi se había burlado del movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan), llamándolo Black Lies Matter (las mentiras negras importan), había dejado caer una expresión antisemita al llamar “Sinagoga 12″ al diario Página 12 y comentarios agraviantes contra mujeres que denuncian abusos y habitantes de villas miserias.
Había ofendido a los tres niños -el judío, el negro, el gay- y a muchos otros niños.
La Argentina tiene, por suerte, una larga tradición respecto de la discusión libre, y muchas veces demasiado agresiva, acerca de candidatos, de políticos y de otras figuras públicas, como periodistas: todos lo hemos vivido y, en muchos casos, sufrido. Son las reglas de la libertad. En el 2013 la prensa debatió durante largos meses acerca de un abuso de autoridad que había protagonizado Juan Cabandié al ser multado por una agente de policía. Cabandié era, por entonces, el primer candidato a diputado nacional del peronismo en CABA. En el 2019, hubo una larga discusión acerca de una serie de tuits muy agresivos que había escrito Alberto Fernández. Fernando Niembro fue desplazado de una lista de diputados en 2015 luego de la denuncia de un hecho de corrupción que luego no recibió sentencia judicial. A otros candidatos –Francisco de Narvaez, Anibal Fernández- los acusaron de narcos. El ejercicio de la libertad, muchas veces es cruel e injusto. Pero es mucho mejor que el silencio y la censura.
Dados esos antecedentes –la habitual discusión sobre el perfil de nuestros dirigentes y los avances de la sociedad en el rechazo al racismo o la homofobia- era esperable que las opiniones hirientes de Rinaldi generaran un fuerte debate. Cuando esas cosas ocurren, a quienes conducen una campaña electoral se les presenta un dilema. Si se sacan de encima al candidato problemático, admiten su error y ofrecen un flanco. Si lo mantienen, se arriesgan a que toda la campaña gire alrededor de ese flanco. En este caso, luego de una semana de dudas, todo terminó de la peor manera para Rinaldi: renunció -o lo hicieron renunciar- a su candidatura.
Pero, además de todo eso, ocurrió algo novedoso. La difusión de los exabruptos de Rinaldi provocó una respuesta de gente que no intentaba solo defenderlo a él, sino fundamentalmente agraviar a quienes se atrevieran a decir que la homofobia, el antisemitismo y el racismo estaban mal: semejante obviedad. Así, a lo largo de los días, muchas personas fueron acusadas de pacatas, cazadoras de brujas, canceladoras (?), traidoras, miembros del Tribunal de la Inquisición. Y, también, de putos, putas, cornudos, cornudas, terroristas, ensobrados, zurdas, aborteras.
El mecanismo funcionó de la siguiente manera. En general, una figura pública del macrismo –un diputado, una diputada, un periodista, una periodista- señalaba al transgresor y lo acusaba de algo más bien liviano: de complicidad con el kirchnerismo o de formar parte de una “patota canceladora” o de no haber sido igual de duro con situaciones similares cuando afectaban al peronismo. Inmediatamente, sus seguidores -debajo de ese tuit- arrancaban con agresiones mucho peores. Luego, las agresiones se dirigían directamente a los blancos elegidos.
A Marina Calabró le publicaban fotos sexis acompañadas de bajezas, o la acusaban por cosas que había hecho un ex cuñado. A Luis Novaresio le difundían un video donde se besaba con su pareja: para defender la homofobia reproducían la homofobia. A Alfredo Leuco lo acusaban de terrorista (?). Agresiones similares recibieron otras figuras como la periodista Debora Plager o la actriz Carla Peterson. Mientras eso ocurría, las figuras del macrismo que habían empujado la bola de nieve dejaban correr los insultos y volvían a atacar con las acusaciones de doble estándar o de persecución. Si entre esas figuras queda alguien con sensibilidad, deberían pensar qué los hizo tan parecidos a aquellos panelistas de 678, o si su pelea contra los lugares comunes del progresismo no los ha llevado a cualquier parte.
De todos modos, más allá de la opinión que cada cual tenga sobre este episodio, lo cierto es que refleja la aparición en la Argentina de un fenómeno político que reproduce lo que ocurre en otras democracias del mundo. Hasta hace poco tiempo, nadie se hubiera atrevido a atacar a otra persona porque dice que le parece mal la homofobia o el antisemitismo. De repente, la línea se corre y lo que era impensable empieza a ser naturalizado. Donald Trump y Jair Bolsonaro –personajes que Rinaldi ha defendido sostenidamente en sus redes sociales- jugaron un rol protagónico en este proceso, al naturalizar el racismo, o la misoginia.
Ese corrimiento ha empezado a producir heridas profundas dentro del macrismo, porque descoloca a algunos de sus dirigentes que se acercaron antes del 2015, cuando Mauricio Macri, por ejemplo, fue de los primeros dirigentes que avaló la unión civil entre personas del mismo sexo. Algunos de los que siguen apegados a la idea de que la centro derecha debe ser liberal reaccionaron; otros, viven la procesión en silencio y se empiezan a preguntar si están donde deben estar. Los pronunciamientos de Silvia Lospenatto y María Migliore fueron respondidos, otra vez, con un insulto que empieza a ser común dentro del PRO: traidoras.
El otro síntoma de deterioro, en esta saga, es el amateurismo político. Los dirigentes que eligieron a Rinaldi: ¿sabían quién era o no? Algunas personas sostienen que sí, y que su designación va en línea con otros gestos de coqueteo con posiciones de una derecha radical: las campañas contra extranjeros, la negativa a condenar el atentado contra Cristina Kirchner, la resistencia a reconocer el triunfo de Lula en Brasil o a repudiar la toma del Planalto, el rechazo a las medidas preventivas contra el Covid, los vínculos abiertos de algunos dirigentes –como Cristian Ritondo y Joaquín de la Torre- con el bolsonarismo. Si no sabían quién era Rinaldi, peor aún: solo alguien muy torpe podría colocar en un lugar tan visible a un candidato de quien desconocía cosas tan elementales. Por estas razones, muchos dirigentes empiezan a decir que extrañan a Marcos Peña.
Mientras tanto, los roces dentro del PRO, se están volviendo muy intensos y personales, algo que antes no ocurría, al menos en público. Un ejemplo muy elocuente es el episodio que protagonizó esta semana con el ex diputado Waldo Wolff. Luego de ese aviso proselitista donde Patricia Bullrich sostenía que el próximo gobierno debía ganar la calle porque “si no es todo, es nada”, Wolff declaró en un reportaje con Jorge Fontevecchia:
“Hay un sector nuestro que dice que esto se arregla fácil, la gente a la calle y es a todo nada. Se parece al kirchnerismo, porque denosta al que piensa distinto. Todo o nada es que si no pensás como yo no sos nada. En la Argentina hay una cultura fachista, de pensamiento único. El sector nuestro más duro está buscando al macho alfa, el que va a cambiar todo y con tal de hacerlo le pisa la cabeza a los otros. Hoy la sociedad pide sangre. Otras veces la pidió y no nos salió bien”.
Luego de esas declaraciones, distintos dirigentes del bullrichismo -Laura Alonso, Silvina Giudici, entre otros- lo cuestionaron. “No te piden tanto”, “no entendiste el spot”.
Wolf, entonces, grabó un mensaje: “Yo dije que todo o nada es pensamiento único, al que no piensa como yo lo trato de narco, lo trato de asesinos y amenazo con que voy a romper el espacio. Ciertos referentes me salieron a criticar diciendo que interpretó mal el spot. Esto me dijo Laura Alonso, a quien le tengo el mayor de los respetos. Laura, yo interpreto las cosas como las interpreto yo. Si no, es todo o nada: las tengo que interpretar como las interpreta otro. Silvana Guidici, me preguntaste si me piden tanto: nadie me pide nada. Tengo libre albedrío y estoy donde estuve siempre, en el mismo partido, haciéndole 23 denuncias penales al kirchnerismo y bancándome cinco. No vale todo o nada. Los que tenemos diferencias podemos estar adentro sin ser considerados traidores ni narcos”.
Se dicen esas cosas: traidores, narcos, kirchneristas, fachistas.
Otro de los dirigentes macristas preocupados por lo que está pasando es el ex ministro de Cultura, Pablo Avelluto, quien escribió lo siguiente:
“Del fanatismo a la barbarie hay un solo paso, escribió Diderot. Los tiempos actuales son proclives a que muchas personas se sientan tentadas a dar ese paso. No soy quién para dar consejos. Pero es bueno cada tanto parar y pensar en lugar de jugar a apagar los incendios con nafta”.
-¿Por quién lo decís?—le preguntó un tuitero anónimo.
“Por algunos amigos a los que noto cómodamente instalados en el espacio del fanatismo y que han perdido la capacidad de mirar las cosas con algo de perspectiva. Yo he pasado por esos momentos y, si aprendí algo, es que no sirven para nada”.
Esas son apenas algunas postales entre decenas que se reproducen en estos días tan agitados.
Una de las tantas frases célebres atribuidas a Juan Domingo Perón decía: “Los peronistas somos como los gatos. Cuando nos escuchan gritar, los de afuera creen que no estamos matando. Pero, en realidad, nos estamos reproduciendo”.
Eso era parcialmente cierto: muchas veces los gatos -en este caso, los peronistas- se han lastimado en serio.
El tiempo dirá cuál es el caso en el macrismo.
Por lo pronto, aquellos niños –el gay, el judío, el negro y todos los demás- tienen un motivo de preocupación. En la Argentina ha aparecido alguna gente que defiende a quienes los humillan.
Mas noticias
ALERTAN SOBRE UN GOLPE POLÍTICO PARA DESTITUIR A ABDALA Y DEBILITAR A VILLARRUEL
TIEMPO DE INTERNAS Y RUPTURAS
UN VOTO DE SAN LUIS QUE NO SE PUEDE TAPAR