Henry Kissinger, exsecretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, falleció a los 100 años en su hogar en Connecticut, según un comunicado de su firma consultora Kissinger Associates. Tras escapar de la Alemania nazi en su juventud, Kissinger llegó a convertirse en una de las figuras de política exterior más influyentes y controvertidas de la historia de EE.UU.
De hecho, en la década de 1970 su nombre era sinónimo de política exterior estadounidense. Recibió el Premio Nobel de la Paz por ayudar a poner fin a la participación militar estadounidense en la guerra de Vietnam y se le atribuye la diplomacia secreta que ayudó al presidente Richard Nixon a abrir la China comunista a Estados Unidos y a Occidente, resaltada por la visita de Nixon al país en 1972.
Pero también recibió muchas críticas por el bombardeo a Camboya durante la guerra de Vietnam, el cual condujo al surgimiento del régimen genocida de los Jemeres Rojos y por su apoyo a un golpe de Estado contra un gobierno democrático en Chile.
En Medio Oriente, Kissinger llevó a cabo una estrategia de diplomacia para separar las fuerzas israelíes y árabes después de las consecuencias de la Guerra de Yom Kippur de 1973. Su enfoque de “distensión” en las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética condujo a varios acuerdos de control de armas, y guió en gran medida la postura estadounidense hasta la era Reagan.
Pero muchos miembros del Congreso se opusieron al secretismo del enfoque Nixon-Kissinger en materia de política exterior, y activistas de derechos humanos atacaron lo que vieron como una negligencia de Kissinger hacia los derechos humanos en otros países. Ningún tema complicó más el legado de Kissinger que la guerra de Vietnam. Cuando Nixon asumió el poder en 1969 –después de prometer un “plan secreto” para poner fin a la guerra– aproximadamente 30.000 estadounidenses habían muerto en Vietnam.
Richard Nixon y Henry Kissinger en la Casa Blanca, el 10 de febrero de 1971.
A pesar de los esfuerzos por transferir más responsabilidades de combate al gobierno de Vietnam del Sur, la participación estadounidense persistió durante toda la administración de Nixon (los críticos acusaron a Nixon y a Kissinger de expandir innecesariamente la guerra) y la participación estadounidense finalmente terminó con la caída de Saigón en 1975 y más de 58.000 vidas estadounidenses perdidas.
En una decisión muy controvertida, Kissinger compartió el Premio Nobel de la Paz de 1973 con su homólogo norvietnamita, Le Duc Tho, por los acuerdos de paz de París de ese año. Sin embargo, citando la ausencia de una paz real en Vietnam, Tho se negó a aceptar y dos miembros del comité del Nobel dimitieron en protesta por el premio.
La indignación interna en Estados Unidos por la guerra se centró en los bombardeos de Laos y Camboya, donde el brutal movimiento Jemeres Rojos utilizó los bombardeos estadounidenses como herramienta de reclutamiento antes de llegar al poder y llevar a cabo uno de los peores genocidios del siglo XX.
“Para mí, la tragedia de Vietnam fueron las divisiones que ocurrieron en Estados Unidos que hicieron, al final, imposible lograr un resultado que fuera compatible con los sacrificios que se habían hecho”, dijo Kissinger a Wolf Blitzer de CNN en 2005.
Aunque su era como arquitecto de alto poder de la política exterior estadounidense decayó con el declive de Nixon en medio del escándalo Watergate, Kissinger continuó siendo un impulsor independiente cuyas reflexiones sobre la diplomacia siempre encontraron espacios que las escucharan.
“Para negociar hay que entender la percepción del otro lado del mundo. Y tienen que entender nuestra percepción. Y tiene que haber una decisión por parte de ambas partes de que van a intentar reconciliar estas diferencias”, le dijo a Fareed Zakaria de CNN en 2008.
Henry Kissinger junto a Jorge Rafael Videla.
Los éxitos diplomáticos de Kissinger en Oriente y, de alguna forma, también en Europa, no tuvieron correlato con su política para América Latina. En 1970, según revelaron las conversaciones telefónicas desclasificadas entre Nixon y Kissinger, por entonces secretario de Seguridad, ambos conspiraron para impedir la asunción del socialista Salvador Allende, electo ese año en Chile, y para derrocarlo tres años después. A través del embajador americano en Santiago, Edward Korry, y de agentes de la CIA, Estados Unidos alentó una serie de disturbios previos a la llegada al poder de Allende que derivaron en el asesinato del comandante en jefe del Ejército chileno, general René Schneider, durante un intento de secuestro a manos de un grupo de ultraderecha, pocos días antes de la investidura de presidencial.
Con cierta candidez, y no era un hombre cándido, Kissinger confesó en sus memorias que luego, Nixon había destinado cuarenta millones de dólares de aquellos años para “hacer crujir la economía chilena”, que de verdad crujió en los años siguientes. Con un lenguaje más formal, Kissinger firmó el ya famoso “Memorándum 93″ sobre Seguridad Nacional, titulado “Política respecto a Chile”. En las copias secretas enviadas a la CIA, al Departamento de Estado, al Departamento de Defensa, el Pentágono, y al equipo de asesores militares de Nixon, Kissinger estableció “una postura fría y correcta en público”, y a la vez “ejercer la mayor presión posible sobre el gobierno de Allende” a fin de evitar su consolidación.
En esta parte del continente, sacudida en esos años por la violencia política, por el accionar en varios países de grupos guerrilleros de izquierda y de grupos paramilitares y parapoliciales, Kissinger respaldó las más violentas dictaduras militares. Sus detractores lo responsabilizan si no en el diseño, sí en la tolerancia del Plan Cóndor, el trabajo en común de varios servicios de inteligencia y de grupos paramilitares que secuestraron y asesinaron a miles de militantes y simpatizantes de izquierda en Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay, Bolivia y Brasil. La central de inteligencia de Estados Unidos actuó en decenas de operativos encubiertos con la aprobación del llamado “Comité 40″, que presidía Kissinger, y que reunía a ejecutivos y jefes militares del Departamento de Estado, de la CIA y del Pentágono, encargado de analizar “avances y proyecciones del comunismo internacional”. Entre 1976 y 1977 la estrella de la CIA en América latina era el famoso general Vernon Walters, protagonista de “Misiones discretas”, como tituló a su autobiografía. Ese año, la Agencia de Inteligencia de Estados Unidos estuvo en manos de George W Bush, que sería luego vicepresidente de Ronald Reagan entre 1981 y 1993 y presidente de Estados Unidos entre 1989 y 1993.
El 10 de junio de 1976, dos meses y medio después del golpe militar en la Argentina que derrocó a Isabel Perón y ya con el general Jorge Videla instalado como hombre fuerte del “Proceso”, Kissinger dialogó con el entonces canciller de la dictadura, almirante César Guzzetti. Los documentos desclasificados del Departamento de Estado revelaron hace años que, en esa ocasión, Kissinger avaló la represión ilegal, los secuestros y asesinatos que el poder militar había desatado en el país. “Si hay cosas que tienen que hacer, háganlo rápido y vuelvan lo antes posible a la normalidad”, dijo entonces a Guzzetti, reunidos ambos en Santiago de Chile donde se realizaba la Asamblea General de la OEA.
Kissinger también atrajo atención mucho más allá del ámbito de la diplomacia internacional. Encabezó la encuesta de Gallup sobre el “Hombre más admirado” tres años seguidos en la década de 1970 y su vida personal, sus apariciones públicas y sus noches en el famoso club Studio 54 de Nueva York alguna vez protagonizaron titulares regulares.
“Lo bueno de ser una celebridad es que si aburres a la gente, piensan que es culpa suya”, bromeó una vez.
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