Por Jorge Fernández Díaz
La palabra cosplay podría ser traducida libremente como “jugar disfrazado”, algo que muchos de nosotros hacíamos en nuestro patio de la infancia inspirados en los paladines de la televisión y la historieta. Esa gozosa actividad del disfraz y la imaginación ya no se detiene en la pubertad: durante esta “era de la adolescencia eterna” avanza sobre la vida adulta, protagoniza eventos coloridos alrededor del planeta y hace juego con la extraña fascinación tardía por la peripecia de los superhéroes.
Esa clase de comics ha influido en el cine, en los videojuegos y en la narrativa de Javier Milei. La innovación más interesante de su campaña electoral tiene que ver con el uso de esa cultura para comunicarles a los jóvenes toda una ideología. Su maquilladora, la también cosplayer y ahora diputada nacional, Lilia Lemoine, lo vistió y presentó alguna vez como “el general Ancap” (anarcocapitalista), un personaje con máscara, capa y tridente, que provenía de “Liberland” (sic) y luchaba contra los malditos keynesianos, y que cantaba al son de La Traviata: “Gastar, gastar y gastar, esa es nuestra regla fiscal. Y si los ingresos no alcanzaran más, ahí iremos al Banco Central. Y eso será inflacionario… Si no le aflojan al gasto entonces la crisis vendrá”.
El vínculo entre proselitismo y superhéroes fue muy fecundo en la corta pero fulgurante vida de los libertarios argentos, y está lleno de episodios en las redes sociales y en la vida real, pero lo relevante es que tampoco se detuvo con la llegada de La Libertad Avanza a Balcarce 50: así como el relato kirchnerista se basaba en la manipulación de la historia, la narrativa mileísta se basa en los recursos de la historieta. Y es una política de Estado, con perdón de la palabra.
Cuando se conocieron los resultados de la inflación de diciembre, el flamante gobierno esgrimió la imagen de un Superman agotado después de haber logrado frenar el tren devastador de la híper. Esta argucia permite transmitir la idea de que los superhéroes rotos e imperfectos –algunos fortalecidos con una especie de misticismo nivel Thor de Marvel– se recuperan de sus derrotas y al final logran vencer a sus enemigos. Porque en esos multiversos la lógica sigue siendo un feroz e intenso combate entre las fuerzas del bien y los ejércitos del mal.
Este maniqueísmo trasladado a la política lleva inevitablemente a un populismo cool y a una polarización encarnizada. Los mismos comentarios que emanan del “petit comité” ilustran esta concepción binaria y lúdica; una fuente del entorno presidencial le deslizó a Jorge Lanata: “Con la ley (ómnibus) aprobada, la pelota nos quedaba a nosotros y nos iban a exigir resultados inmediatos que difícilmente iban a llegar. Ahora la casta es responsable de lo que no salga como queremos…Tenemos dos malos para echarles la culpa de la recesión: la casta política que bloqueó la ley y los sindicatos”. Se trata, como se ve, de un juego de altruismos y culpabilidades en blanco y negro, y directamente una batalla entre “gente de bien” y “malos” de caricatura. De hecho, para el oficialismo el aborto de la ley en la que se trabajó durante casi dos meses, permitió identificar a los “traidores”, “parásitos”, “delincuentes”, “lobos con piel de cordero” y “kirchneristas de buenos modales”: “¡No perdimos! –gritaba al teléfono el general Ancap desde Israel–. ¡Ganamos! Pudimos desenmascarar a los corruptos que quieren destruirnos”. No contaban con mi astucia.
En esas mismas horas, el susodicho reposteó un afiche donde aparecía como un Terminator tocado pero entero e implacable, que repasaba su lista de objetivos: “Belliboni, detectado; Sindicalista, detectado; Gobernador, detectado; Diputado, detectado. Casta a la vista, baby”.
El martes último, un integrante de esa misma “mesa chica” le confió a la periodista Maia Jastreblansky que Milei volvía al país recargado y que ahora buscaba fomentar “una polarización” para forzar el alineamiento de los sectores que lo condicionaron: “Tiene que haber dos polos ideológicos claros, uno liberal y otro estatista. El espacio del centro tiene que definir si está con el kirchnerismo o está con nosotros”.
Una nueva grieta, que incluso estaría redefiniendo un nuevo centro. Está visto que para los argentinos el Estado es, sin término medio, un dios benigno y todopoderoso o el mismísimo diablo, y que una economía mixta como se practica en muchas naciones desarrolladas aquí es completamente imposible. Un dogma u otro, usted decida. También demuestra que hemos ingresado en una zona más caliente, plagada de hostigamientos oficiales: una cosa es la refutación necesaria y atenta, incluso la batalla cultural, y otra muy distinta, bombardear a los que dudan, descalificar a los disidentes y escrachar a los “archivillanos”, como se ejecuta a diario desde el mismísimo sillón de Rivadavia.
Este giro de Milei en busca de aliados y malvados tiene muchas implicancias, pero lo que primero revela es que aquel Waterloo parlamentario fue efectivamente un duro golpe y que obliga a conseguir mayor volumen político; también que para el León los amarillos dejaron de ser parte del problema para ser parte de la solución de emergencia. El hecho de que La Nueva Derecha –cocinada en el desprecio por sus tibios parientes de centro- tenga que fusionarse de pronto con ellos muestra que las dificultades arrecian, y es un dato de lo cruda que puede ser la realidad fuera de los comics. Que republicanos convencidos –algunos como Mauricio Macri se consideraban incluso más desarrollistas que liberales– acepten la boda, muestra la encerrona retórica e identitaria en la que se encuentran.
Esta política divisionista se enmarca en el manifiesto paleolibertario, que propone una praxis de “populismo de derecha”, y se conecta con una definición técnica de Andrés Malamud: “Milei es un demócrata plebiscitario; para él las instituciones son un mal y el pueblo es el bien”. Muchos republicanos, frente a esta evidencia, tienen una mirada distraída o simplemente pragmática: “Hace falta un electroshock para revivir al enfermo terminal –dicen–. No es lo ideal, pero estamos actuando in extremis. Tengamos paciencia por el momento, finjamos amnesia”. Es un buen consejo, pero lo cortés no quita lo valiente: la política divisionista hizo mucho daño cuando la alentaron los Kirchner, y si somos mínimamente coherentes debería preocuparnos también ahora.
La reaparición de la arquitecta egipcia, con divagues económicos que solo intentan justificar sus históricas negligencias, ayuda sin embargo a abrir aún más la zanja profunda que cava Milei. Es como si a Batman lo hubiera desafiado abiertamente Gatúbela. Los dos están en su salsa: a elegir bando, y a preparar la fusilería. Una mirada más atenta podría, sin embargo, detectar en ciertas propuestas de la Pasionaria del Calafate un reconocimiento de que corren vientos nuevos y que incluso el kirchnerismo debería refundarse, quizá como lo hizo la izquierda peronista durante los años del menemato, puesto que el revival es tan fuerte que sacude y reposiciona a todos.
Hay muchas formas de abordar su documento de 33 páginas, pero una de ellas consiste en destacar que la doctora plantea una reforma laboral para un mundo del trabajo que cambió radicalmente; menos y no más impuestos; privatizaciones para algunas empresas públicas; incentivos para grandes inversiones; abandonar el “consignismo” en materia de seguridad y lo más insólito: “El respeto al que piensa distinto”. Más allá de la incoherencia entre lo que propone y lo que hizo, arriesgo que ella presiente –con fino olfato– una honda metamorfosis social y también a un peronismo que se dispone, como casi siempre, a cambiar de piel y acompañar esa ola. Un peronismo capitalista y no un chavismo básico, obtuso y piantavotos: tres veces debió recurrir a “peronistas de derecha” para ser más o menos competitiva en las urnas. Su diagnóstico, al cabo de esos tres fracasos, podría ser ombliguista: perdimos porque no fuimos puros y radicalizados. O podría ser más abierto y lúcido: perdimos porque no fuimos capaces de cambiar mientras cambiaba el mundo.
Si es verdad que el nuevo expreso peronista –remozado por los tiempos que vienen– se apresta a partir en sentido contrario, la gran dama no quiere quedarse en el andén abrazada a su mero folklore. También ella, que siempre se ha creído la Mujer Maravilla, busca un nuevo disfraz para seguir jugando en este gran evento de cosplayers enfáticos y agresivos, donde todos buscan superpoderes para sobrevivir a la cruel y decadente Ciudad Gótica.
Esta historieta continuará.
* Columnista Diario La Nación
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