Por Ignacio Fidanza *
El Presidente logró hacer pie en un tema de enorme valor para la gente: la baja de la inflación. El embudo peronista y el riesgo de la polarización.
Las dificultades políticas del gobierno libertario siguen intactas. Ya cerca de su primer año de gobierno, Milei no ha logrado armar un núcleo consistente. Basta ver la furia con la que se desprende de funcionarios supuestamente claves, como la ex canciller Diana Mondino.
La misma carencia se observa en el armado territorial que intentan edificar Karina, Sebastián Pareja y los Menem. “Lo único político que los Menem heredaron de Carlos es el apellido”, comenta con humor un riojano que conoce de cerca a los parientes del ex presidente.
Pero Milei tiene un logro a esta altura innegable: la drástica baja de la inflación. Un éxito que además tiene un valor especial para el Presidente: sugiere una validación teórica de su credo monetarista. Porque la baja de la inflación se consiguió a pesar de la liberación de precios. Es decir, sólo un necio puede seguir sosteniendo que la emisión desbordada de los mandatos de Cristina y Alberto Fernández, no tuvo efecto sobre el índice de precios.
Sí es verdad, el ministro Caputo después de una suba inicial, ahora va regulando los aumentos de tarifas. Pero antes también estaban regulados y la inflación volaba. “Nadie nos dio un aumento tan grande tan rápido como Milei”, afirma un empresario de una de las grandes distribuidoras de gas, que agrega sorprendido “los aumentos fueron de casi el 1000% y tenemos menos morosidad que antes, algo parece haber cambiado en la conciencia de los argentinos”. ¿Qué habrá provocado ese cambio?
No tiene importancia discutir si la Argentina que entregó Massa iba camino a la hiperinflación como dice Milei, lo que importa es entender si la gente cree que esto es verdad. Ahí se puede rastrear una explicación para la militante tolerancia de los argentinos a los efectos de un ajuste como nunca se vio. Si el ajuste es el costo a pagar para evitar la disolución final de una sociedad que implica una híper, bueno se entiende la abnegada decisión de pagarlo.
Tenemos entonces dos planos que conviven: una hasta ahora bastante exitosa estabilización macroeconómica y un muy endeble armado político. Una situación que abre preguntas interesantísimas: ¿Alcanza el control de una variable clave de la macroeconomía para garantizar el éxito político de un Gobierno?
Si el Presidente logra mantener este ciclo a la baja del índice de precios y mete a la Argentina en un proceso que sugiera la convergencia del país en el rango inflacionario de las economías de la región, con una economía abierta y capitalista, tendrá una carta para presentar en las elecciones del año próximo. Por eso, Macri quiere apurar el acuerdo electoral. Hay que negociar ahora antes que le crezcan los bíceps. Y por eso, Santiago Caputo demora el entendimiento y sobre todo, busca evitar que el día después de las elecciones los diarios titulen: “Ganaron Milei y Macri”. Se sabe que la generosidad política no es un concepto profano para los libertarios, es un pecado.
En el lado oscuro de la Luna, el peronismo espera callado. ¿Para qué someterse a discusiones incómodas, si las encuestas ya cantan una polarización en curso? Es decir, todo el que tenga algo que objetar a Milei, parece destinado al embudo peronista. Malas noticias para los que siguen fantaseando con una tercera vía, que una lo mejor de ambos mundos. En el planeta de Trump, el sueño de un capitalismo eficiente, gestionado con conciencia social, parece sólo eso, un sueño.
Y es imposible no encontrar similitudes entre el fenómeno del neoyorquino y Milei. Ambos irrumpieron sobre los escombros de un Estado de Bienestar que venía resistiendo mal, después de innumerables stent. ¿Es el capitalismo sin freno la solución al gravísimo problema de vivienda de las clases trabajadoras de Estados Unidos? No parece, pero seguir como estaban, que fue básicamente la propuesta de los demócratas, era apostar a una resignación que Trump supo convertir en bronca, en odio direccionado, en promesa de revancha. Todas fuerzas muy poderosas.
Milei gana también apalancado en la frustración de un peronismo que no supo o no pudo actualizar su promesa de ascenso social y se hundió en el desorden inflacionario.
Tenemos entonces una primavera financiera de dólar barato, empujada por el anabólico del blanqueo, que acompaña la baja de la inflación. Precios y dólar descontrolados son los síntomas clásicos de la fiebre argentina. ¿Alcanza con meter esas dos variables en caja?
La comparación con Menem, tan de moda, arroja dos primeras diferencias grandes: El riojano tenía atrás un partido nacional, con cuadros políticos probados en la gestión repartidos por todo el país. Un gabinete sólido, un manejo político inapelable. Y acaso tan o más importante: En su década de gobierno, Menem sumó a la estabilidad inédita de inflación cero, tasas de crecimiento que marcaron varios años por encima de los cinco puntos del PBI. No fue rebote, fue otra cosa.
Milei por ahora se encamina a una elección de medio término con la bandera potente de la baja de la inflación, pero con un armado tan malo como el que exhibió en el 2023, con una diferencia clave: esta vez no estará en la boleta. Aquella vez la carambola del ballotage lo metió en la Presidencia, pero la indigencia de su armado nacional hizo que llegara con una mala cosecha de diputados y senadores. En cantidad y calidad. Amarga realidad que lo obliga a entregarse a las tortuosas negociaciones con Macri, que oscila entre el take over y la desaparición, en un calco casi perfecto del encefalograma de infarto del gobierno libertario.
Ahora, el ganador o perdedor de la elección que viene, como siempre, se definirá por el resultado de Capital y sobre todo la provincia de Buenos Aires, donde lo espera Cristina para tratar de darle un golpe letal al proyecto libertario de Milei.
Estamos entonces ingresando lentamente en territorio indio, los últimos pueblos quedan atrás y en el horizonte de ese desierto abrasador se dibuja una certeza: Gana Milei o pierde Milei.
* Editor de La Política Online
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