21 noviembre, 2024

UTILIZAR LOS FRACASOS, COMO SAVIA MOTIVADORA

Por Eduardo Gargiulo

Habitualmente los actos de bienvenida a los nuevos ingresantes, en las universidades, suelen ser emotivos por lo que reflejan las caras de cientos de adolescentes entusiasmados por la nueva etapa que inician. Pero, al mismo tiempo, un tanto aburridos desde lo discursivo. Casi siempre se escuchan conceptos parecidos, en cuanto al esfuerzo personal, al acompañamiento de la institución y la meta por alcanzar, para lograr la realización personal. Nada que un chatbot de inteligencia artificial no pueda resumir.

El pasado miércoles 14 el rector de la UNViMe, Marcelo Sosa, sorprendió a los jóvenes y al público presente en el aula magna, cuando decidió comenzar su discurso hablando de los fracasos. Para ello tomó ejemplos citados por el escritor y periodista Andrés Oppenheimer en su último libro: “¡Cómo salir del pozo!”. El el mismo, el autor indaga en la “ola de descontento” que recorre sociedades de todo el mundo, y en qué están haciendo gobiernos, empresas y personas para encontrar la felicidad. Una de sus definiciones es que “el crecimiento económico es indispensable pero no suficiente para que la población sea feliz”.

El ex ministro de Educación, adicto a la lectura y amante de la pedagogía, comentó el capítulo titulado “Los fracasos no son el fin del mundo”. Se menciona en el mismo lo que ejercitan hacer en las escuelas de Rosh HaAyin, una ciudad de Israel. En todas las clases los maestros entrelazan relatos sobre gente famosa que fracasó y logró superar sus fracasos. Después la clase los discute y los niños deben hacer tareas en torno a estas historias.

Algunos ejemplos:

Thomas Alva Edison, el inventor de la lamparita eléctrica, quien fracasó en más de 1.000 de sus invenciones.

– El célebre basquetbolista Michael Jordan, quien admitió haber errado más de 9.000 tiros a la canasta en su carrera y perdido más de 300 partidos.

Alexander Graham Bell, el inventor del teléfono. Le ofreció vender su invento a la empresa Western Union, pero le respondieron: ¿Para qué le serviría a nuestra empresa comprar un juguete como este? Otra versión indica que le dijeron que el invento era “una idiotez”.

– Los hermanos Orville y Wilbur Whright, los pioneros de la aviación, fracasaron en 163 intentos, antes de emprender su primer vuelo tripulado en 1903. Sus aviones levantaban vuelo uno, dos metros, y se estrellaban contra el piso.

Henry Ford, el pionero de los automóviles producidos en serie y fundador de la Ford Motor Company, había fundado antes otra compañía llamada Detroit Automovile Company, la cual quebró. Su famoso automóvil Ford T, que revolucionó la industria del transporte, se llamó así porque el fundador de la empresa había empezado con el Ford A y fracasó casi 20 veces hasta llegar a la letra T del abecedario…

El Dr. Sosa dejó para el final una historia más reciente, contemporánea a la generación que lo escuchaba, y que tal vez algunos conocían parcialmente. Pero que entronca con los emprendedores tecnológicos de los que tanto se habla y cuya meca se encuentra en Silicon Valley.

Es la anécdota de dos jóvenes que fundaron WhastsApp, uno de los servicios de mensajería más usados en el mundo. El estadounidense Brian Acton y el ucraniano Jan Koum se hicieron famosos mundialmente cuando le vendieron su empresa a Facebook por 19.500 millones de dólares, en 2014. Lo que muchos no saben es que algunos años antes, en 2009, Acton había solicitado empleo en Facebook y había sido rechazado.

¿Le habrán dicho algo al jefe de recursos humanos cuando, cinco años después, la compañía tuvo que pagar esa cifra astronómica por un software que podría haber conseguido gratis si le hubieran dado un empleo a Acton?, se pregunta Oppenheimer. Aunque es contrafáctico: uno también podría interrogarse si a este joven se le hubiera ocurrido crear un sistema de mensajería trabajando en la empresa de Mark Zuckerberg.

Lo interesante de esta última historia es lo que sigue. Acton no perdió el optimismo. Por el contrario, apenas recibió la noticia de que no le darían empleo, escribió en su cuenta de Twitter (hoy X): “Facebook no me ha contratado. Era una gran oportunidad para contactarme con gente fantástica. Esperando que llegue la próxima aventura en la vida”.

Fue justamente ese espíritu optimista el que lo llevó a fundar WhatsApp y a convertirse en multimillonario poco después.

El autor de la obra indica que “hay un sinnúmero de historias inspiradoras para contar a los alumnos y convencerlos de que el éxito suele ser el resultado del esfuerzo, después de una cadena de fracasos”. El rector Marcelo Sosa, por su lado, les recomendó a los ingresantes “interpretar los fracasos como un aprendizaje”.

Tal vez en nuestras escuelas y universidades se debería imitar este ejercicio en las clases. Para que los pibes y no tanto, desarrollen su sentido de resiliencia, esa capacidad de adaptarse y superar situaciones difíciles, a partir de fomentar la “cultura del optimismo” sobre la base del estudio y el esfuerzo.

Estamos hablando de un tema central, la educación. Los datos de la realidad sobre cómo está nuestro país en este rubro, ameritan todo tipo de esfuerzos.

La Argentina se sitúa en el puesto 26° entre las 46 naciones incluidas en el ranking elaborado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), con el 36% de su población de entre 25 y 64 años, que completó el nivel secundario. De esa manera, el país está por debajo del promedio que fija la institución: el 40%. Mientras, el 29% no concluyó ese ciclo. Así lo reveló el último informe del Centro de Estudios de la Educación Argentina (CEA) de la Universidad de Belgrano.

Además, tan solo uno de cada tres argentinos cuenta con formación terciaria o universitaria: el 20% son graduados universitarios, el 14% tiene estudios terciarios y apenas el 1% cuenta con un posgrado.

Si hablamos de la tasa de graduación (cuántos alumnos de los que comienzan una carrera se terminan recibiendo), en las universidades públicas apenas llega al 20% y en algunas privadas un poco más.

Generalmente desde el discurso, los gobernantes de todos los niveles reconocen la importancia que tiene la educación para el desarrollo del país. Es un tema que goza de amplio consenso. No obstante, con tanta devaluación que ha sufrido la palabra, son sus acciones las que hablan por ellos. El presente es un doloroso ejemplo de ello. Dejar de financiar la educación (suspensión del FONID) y de actualizar las transferencias a las universidades, significa abortar cualquier expectativa de un futuro alentador.

Volviendo al principio, resulta inspirador y trascendente ejemplificar los fracasos para motorizar las ansias de superación. Aunque ayudaría si no se profundizara un contexto tan adverso que bajonea hasta al más optimista.

 

 

 

 

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