Por Jorge Fontevecchia (*)
A comienzos de 2022, cuando Rodríguez Larreta era el gran ganador de las elecciones de 2021 imponiendo sus propios candidatos en la Provincia y la Ciudad de Buenos Aires –Santilli y Vidal– en contra de la voluntad de Macri, le pregunté a Patricia Bullrich: ‘‘¿Vos sos consciente de que Macri usa tu precandidatura presidencial para levantar el precio que le cobrará a Rodríguez Larreta por el apoyo a la suya y elegir quién lo suceda como jefe porteño; y cuando ya haya conseguido su objetivo te retirará el apoyo? ¿No será mejor que seas candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires, donde tenés más posibilidades de ganar porque tu fuerte, la seguridad, es aún más importante y tu debilidad, la economía, no es tan crucial como en la presidencia?”.
Sincera, y honesta intelectualmente como siempre, ella me respondió que era consciente, pero si llegara un momento en que Macri acordando con Larreta quisiera hacerle bajar su candidatura presidencial, ella no lo obedecería, que con sus 67 años ésta era la última oportunidad de llegar a la presidencia y no tenía tiempo para pasar primero cuatro u ocho años como gobernadora. Que Macri no sería su jefe, que ella era su propia jefa.
Estaba convencida de que podía ganar, incluso en un reportaje conjunto de PERFIL con Sergio Berni al terminar de polemizar frente a cámara él se le acercó respetuoso a despedirla y ella, segura de sí misma, le dijo: “cuando sea presidenta te traigo a trabajar conmigo” a lo que el duro ministro de Seguridad bonaerense lejos de tomarlo como una chicana, le agradeció con sinceridad.
¿Por qué esa mujer como aspiración a Dama de Hierro como Margaret Tatcher, lo que evidentemente no logró ser, aceptó al día siguiente de su derrota electoral acordar con Macri a espaldas del resto del PRO y de Juntos por el Cambio, salir a apoyar sin condiciones a quien la había acusado de poner bombas en jardines de infantes? ¿Qué tipo de estrés postraumático la afectó?
Algún cambio en su estado de ánimo ya se había producido tras su triunfo en las PASO al derrotar a Rodríguez Larreta, Freud tenía un excelente texto titulado “Los que fracasan al triunfar” que podría ayudarnos a comprender.
“No hay duda acerca del vínculo entre la enfermedad y el éxito. Justo cuando está a punto de realizar su deseo, el sujeto enferma y surge el fracaso, como si la dicha no pudiera ser soportada” escribió Freud. “Para los que fracasan al triunfar, el sacrificio de los frutos de la ambición no es sino la tramitación fallida de la culpa por el crimen del parricidio” –y agrega– “son poderes de la conciencia moral los que prohíben a la persona extraer de ese feliz cambio objetivo el provecho largamente esperado.”
Freud cita a Shakespeare hacerle decir a Lady Macbeth, quien se derrumba tras alcanzar el triunfo, “después que bregó por él con pertinaz energía: nada se gana, al contrario, todo se pierde, cuando nuestro deseo se cumple sin contento: vale más ser aquello que hemos destruido (¿Rodríguez Larreta mejor candidato que ella para derrotar a Massa?), que por la destrucción vivir en dudosa alegría”.
Freud escribió sobre Lady Macbeth que “el arrepentimiento parece haberla postrado a ella, la que parecía tan despiadada” y lo concreto sobre Patricia Bullrich fue que tras su aplastante triunfo sobre Rodríguez Larreta, pasó a ser otra, se quedó hasta sin voz y titubeaba en los debates.
Freud concluye su texto así: “El trabajo psicoanalítico enseña que las fuerzas de la conciencia moral que llevan a contraer la enfermedad por el triunfo, y no, como es lo corriente, por la frustración, se entraman de manera íntima con el Complejo de Edipo, la relación con el padre y con la madre, como quizá lo hace nuestra conciencia de culpa en general.”
Si “Los que fracasan al triunfar” pudiera explicar el cambio de Patricia Bullrich entre su triunfo en las PASO y la primera vuelta, el Síndrome de Estocolmo parecería explicar mejor el cambio de Patricia Bullrich entre su derrota en la primera vuelta y su apoyo a Milei en sintonía con Macri decidido entre gallos y medianoches.
Y vale preguntarse si así como Lady Macbeth, “tras sublevarse contra este veredicto del destino no se conformase con haber satisfecho su propia ambición, y sintiendo culpa por haber asesinado (a Larreta) para beneficio de unos extraños” (Macri) lejos de reprocharle a la fuente de sus desdichas, termina cooptada psicológicamente por quien raptó su consciencia creyendo que el verdadero y peor mal no ha sido hasta ahora Macri (Milei) sino Sergio Massa.
No se entiende desde la razón las decisiones políticas del último mes de Patricia Bullrich sin apelar a las emociones que gobiernan a todos los seres humanos. Hubo un derrumbe del yo: ella nunca fue Margaret Tatcher, pero tampoco como en el tramo final de su campaña una tía de barrio hablando mayormente obviedades.
La paradójica relación de afecto, solidaridad o complicidad de la víctima con su victimario fue bautizada como Síndrome de Estocolmo a partir del asalto de un banco en la capital sueca donde cuatro rehenes terminaron protegiendo a su secuestrador de la acción de la policía. Pero está lleno de ejemplos, el FBI registra un promedio de ocho por ciento de casos similares ante iguales circunstancias. El propio Mauricio Macri criticó el uso de las organizaciones de defensa de los Derechos Humanos sobre los crímenes de la dictadura y ahora apoyando al negacionismo de Victoria Villarruel, en parte también disculpa a sus propios secuestradores integrantes de “la banda de los comisarios” quienes se habían quedado sin trabajo con la llegada de la democracia porque que eran parte de los torturadores del campo de detención ilegal El Olimpo.
Cierta identificación con el agresor no pocas veces se trata de un mecanismo de defensa, cuando una persona se encuentra impotente frente a quien tiene dominio sobre su vida, su futuro, su trabajo o su realización, muy común en la violencia de género y laboral. Otro diagnóstico lo califica como un “trastorno disociativo de naturaleza postraumática”. En política se lo utiliza para describir la tendencia de ciertos sectores sociales –tanto de los económicos más altos como de los más bajos– a votar recurrentemente por quienes perjudican sus intereses.
¿Macrilei? Así como algunos atribuyeron a un objetivo mutuamente conveniente las críticas públicas de Eduardo Eurnekian a su exempleado Javier Milei para no ser responsable el primero de su eventuales futuros desaciertos y no quedar como un empleado el segundo, la sobreactuación del viernes de Javier Milei mostrándose por primera vez con su equipo económico, fue interpretado como un desesperado intento del líder de la Libertad Avanza de despegar de la idea de que Macri es su jefe. Después de la experiencia del doble comando de Cristina Kirchner con Alberto Fernández la sociedad podría ver un peligro en la subordinación de un presidente a otro expresidente.
Quedan dos semanas lector, veremos de todo.
* Director de Editorial Perfil.
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