Hay una diferencia grande entre jugar a los cowboys que ser un cowboy. Decretos y negocios privados con fondos públicos, sin conducción política.
Por Ignacio Fidanza *
Milei se puso a jugar con los bigotes del Tigre, acaso olvidándose que hay una diferencia muy grande entre jugar a los cowboys y ser un cowboy. Los cacerolazos y movilizaciones de las últimas semanas fueron apenas un aviso. Hay una parte importante de la sociedad que no lo votó y otra que lo hizo sólo para ganarle al peronismo. Lo natural sería que, con la prudencia del caso, se apoye en el 30 por ciento que sacó en primera vuelta y desde ahí explorara la manera de expandir el apoyo al gobierno. La pregunta entonces es: ¿Es un decreto que barre con leyes muy importantes y pretende de un plumazo cambiar el régimen social y económico de la Argentina de las últimas décadas, el mejor camino?
La idea de reseteo del país encuentra en Menem su antecedente más evidente. Por eso a Milei le encanta compararse con el riojano. Un presidente popular que instrumentó la última experiencia liberal consistente que recuerden los argentinos. Macri fue en ese sentido, un fracaso evidente.
Pero veamos qué tan posible es un menemismo sin Menem. Ya tenemos un hecho importante para la comparación. El decretazo de Milei intenta ser un remix de los inicios fundacionales del gobierno del riojano. El sentido coincide, pero las fuerzas del cielo deberían saber que es en los detalles donde el diablo mete la cola. Y cuando hablamos del cómo, hablamos de política, que se supone es la nueva actividad que eligió Milei.
Menem fundó el inicio del cambio de régimen en dos leyes claves: Emergencia Económica y Reforma del Estado. Pero antes de mandarlas al Congreso, aseguró su viabilidad política. Las negoció con Alfonsín cuando acordaron la transición anticipada. Luego puso de ministro al hombre que las redactó, Roberto Dromi, que como funcionario del Estado las defendió en el Parlamento, donde lo tenían a Manzano y su joint venture con el Chacho Jaroslavski, para sumar voluntades. La secuencia fue: acuerdo político con la oposición, redacción y defensa de las leyes a cargo del ministro del área, sanción en el Congreso. Milei se quiso ahorrar todo ese trabajo con un decreto, que refritó un paper de un señor que no es funcionario y no paga ningún costo con el éxito o fracaso de la iniciativa.
El problema de ser vago con la política es que siempre lo pagas. Los cabos sueltos te la cobran sí o sí. Ahora, con apenas una semana en el cargo, Milei ya tiene un cacerolazo fuerte en la espalda y logró el milagro de despertar a los gordos de la CGT, que empiezan a recordar el gustito de hacer sindicalismo. Y lo que se quiso ahorrar al principio, lo va a tener que pagar al final: negociar con el Congreso.
Pero volvamos a los noventa. Porque los parecidos exceden el rumbo económico. Milei como el riojano extrema el pragmatismo y mezcla con desparpajo políticas públicas con negocios privados, para los empresarios que lo financian. Paolo Rocca se quedó con YPF y toda el área de energía. Eurnekian cierra el dominio total de los aeropuertos con el control de la Policía Aeroportuaria. Brito y Chrystian Colombo pusieron a Papandrea en AySa y están interesados en quedársela si la privatizan. Belocopitt y el resto del club de las prepagas se llevó la liberación de cuotas que les prometió Milei en la campaña y el síndico de la Nación. Y así podemos seguir, detrás de cada política liberizadora hay un empresario que se beneficia. Que se entienda: Un empresario, no un sector económico. Eso es menemismo puro, que se conecta con el capitalismo de amigos que ejercía Néstor Kirchner desde la otra punta ideológica. Y como esto es la Argentina, los nombres de los empresarios que se benefician son casi los mismos. Antes la revolución popular, ahora la liberal. Nada nuevo.
Pero claro, Kirchner como Menem se dedicaban todo el día a hacer política. Porque sabían que negocios desde el Estado, sin política eficaz que sostenga la juguetería, es igual a peligro, cacerolazo, votaciones en contra, paros generales, la habitual reacción en cadena que va erosionando el poder. Y ahora sí estamos hablando de los problemas de este gobierno.
“El problema no es qué va a pasar cuando caiga Caputo y Milei tenga su primer crisis de gabinete, que va a pasar. El problema es que no se ve en el horizonte a quien va a acudir para profesionalizar el gobierno”, afirma un empresario que conoce de adentro el poder.
La acumulación de Iñakis, Cerimedos, Peaky Blinders, Grupos Marlboro, Mondinos y demás entusiastas tuiteros de esta hora, que juegan al yo-yo sobre el aire como el coyote, no aguanta. Ya lo sabemos. Pero eso es ruido de fondo, el inconveniente es que entre ese ruido y el Presidente no hay nada. No hay partido, no hay cuadros, ni están los pragmáticos celestes para hacerse cargo del poder cuando fracasen los rojo-punzó.
A Martín Menem ningún diputado libertario lo escucha. Al supuesto jefe de bloque Oscar Zago tampoco. En la provincia de Buenos Aires no tienen jefe político. Guillermo Francos es un hombre muy amable pero que hasta acá no consiguió el respeto de las fuerzas aliadas. Posse es un ingeniero del Itba que antes de llegar al segundo cargo del país era gerente regional de aeropuertos. Y Karina Milei está desbordada al punto del anestesiamiento. Y ahí terminó el círculo del poder. Y abajo nada.
Kirchner como Menem se dedicaban todo el día a hacer política, porque sabían que negocios desde el Estado, sin política eficaz que sostenga la juguetería, es igual a peligro, cacerolazo, votaciones en contra, paros generales, la habitual reacción en cadena que va erosionando el poder.
Es ese vacío el que asusta, incluso más que la crisis económica. Aunque bien mirado es la consecuencia lógica de haber votado para Presidente a un one man party. Por eso sigue vigente un dilema básico que enfrentará el experimento libertario, cuando el gobierno tenga su primera crisis. En ese momento, Milei deberá elegir si quiere gobernar con Juntos o con el peronismo.
Es muy probable que Patricia Bullrich, por lejos la más política del elenco actual, vea con entusiasmo este escenario que le ofrece la promesa de ser el Massa de Alberto, la superministra que evitó el colapso. Pero claro, eso en el mejor de los casos es otra vez sopa. Crisis, estabilización en terapia intermedia y aguantar hasta el próximo presidente. ¿Podría ser distinto?
Por supuesto, pero para eso hay que desenamorarse del propio éxito. Los memes y freaks fueron geniales para llegar, ahora hay que laburar en serio. Volver a las bases universales de los gobiernos que funcionan: conducción política y funcionarios eficaces. Toda una revolución.
Los periodistas afines le pueden decir que es un león magnífico, el presidente más votado de las últimas décadas, el titán que aplastó al peronismo y muchas cosas más. El problema es creérselo. Y es un problema porque la política es difícil.
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