Por Eduardo Gargiulo
Por estas horas, la sociedad de San Luis asiste atónita a una pelea discursiva para ver quién instala la versión más creíble sobre lo que nos pasa.
Desde el gobierno de Claudio Poggi se insiste por todos los medios en definir como “crítica” la situación financiera en que recibió la provincia, que lo llevó a adoptar una decisión inédita en 40 años: pagar los sueldos desdoblados a la administración pública. Desde el ex oficialismo, hoy oposición, se niega tal situación y se ofrecen sus propios números para asegurar que los fondos existen y se trata de una maniobra especulativa.
Ambas son opciones excluyentes: si es lo primero, Alberto Rodríguez Saá despilfarró todos los recursos para dejar la provincia fundida y condicionar la gestión de su predecesor. Si, en cambio, los fondos están, el gobierno tomó la decisión para “estirar” la poca plata que recibió y tratar de administrar de la mejor manera. Algo que, por supuesto, de ningún modo podría ser aceptado por las “víctimas” del ajuste.
Entremedio, desde los medios oficiales se bate el barche día tras día con una seguidilla de denuncias cuasi cinematográficas contra ex funcionarios, amplificando el latiguillo de que “la plata que nos falta se la llevó la corrupción”. Relato que, obviamente, mortifica a los integrantes del anterior elenco gubernamental, héroes de la provincia magnífica que no fue.
Cada denuncia revuelve el estómago y no admite discusión, aunque habrá que ver si tiene su correlato judicial y termina alguno preso, sino quedará sólo como fuego de artificio dirigido a excusar la falta de gestión.
Parados en este punto, lo que se advierte es que asistimos a una gran batalla narrativa por instalar, cada contendiente, su propia verdad. El denominado “relato”.
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Para aquellos que se quedaron, únicamente, en la crítica que se hacía al relato del kirchnerismo (como si lo hubieran inventado), conviene repasar de qué estamos hablando.
Escribe Gabriela Páez, Licenciada en Estudios Liberales por la Universidad Metropolitana de Venezuela:
“Los seres humanos necesitamos relatos sencillos para comprender la realidad. Naturalmente los buscamos. Son los que nos permiten comprender y ordenar las situaciones y contradicciones del mundo en que vivimos, los que facilitan que identifiquemos y empaticemos mejor ante un determinado escenario. De generación en generación, esta necesidad innata ha fomentado que hagamos uso de los relatos para conectar y aprender, para trasladar eficientemente una información, para que esta sea entendida y retenida por el oyente; para persuadir y movilizar”.
Avancemos un poco más: “El relato es una estrategia de comunicación política que sirve para transmitir valores, objetivos y construir identidades. Es una historia persuasiva que actúa a modo de “marca” de un partido, líder o gobierno. Moviliza, seduce, evoca y compromete mediante la activación de los sentidos y las emociones. Confiere identidades de ´nosotros´ y ´ellos´, define objetivos y propone una visión del pasado, del presente y del futuro”. (D’Adamo y García Beaudoux, 2013).
Otra definición: “Es eficiente como modo de comunicación porque los seres humanos, desde el punto de vista cognitivo, son particularmente aptos para procesar narrativas y para comprender las explicaciones brindadas en ese formato”. (Lakoff, 2008).
Por su parte Marcial García López (Universidad de Málaga), en su interesante obra “Comunicación y cambio social”, analiza el rol de los movimientos sociales y afirma: “…la agenda de los actores sociales que ostentan el poder dominante ha estado dirigida desde sus inicios por la estrategia del relato. No en vano, los relatos fundacionales de los poderes actuales han servido, precisamente, para dotarlos de sentido. Y son precisamente sus historias las que han conseguido desbordar sus estrategias clásicas de dominación hacia la hegemonía de unos imaginarios capaces de legitimar su poder y bloquear o dejar en una situación de marginación cualquier modelo social alternativo”.
Agrega además: “Esta estrategia narrativa del poder, evidentemente, está marcada por una fuerte asimetría, que se manifiesta en la monopolización de todo el sistema de comunicación y de construcción del imaginario colectivo. Sin embargo, este control de los imaginarios comienza a mostrar ciertas grietas en un mundo en el que confluyen medios, redes y nuevas dinámicas sociales, y devuelve cierto protagonismo a la ciudadanía”.
“El relato no solo supone nuevas formas de contar, también nuevas formas de intervenir en la realidad, de potenciar la implicación y la participación, de modo que expresa nuevas cualidades de la acción colectiva. Por tanto, hablar de narrativas transmedia en la comunicación de los movimientos sociales es hablar de empoderamiento y construcción de la comunidad como un acto político”.
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En un interesante artículo publicado en El Cronista (La realidad como relato y la realidad como verdad, 14/12/2012), el especialista en cuestiones energéticas Daniel Gustavo Montamat afirmó: “El sujeto posmoderno navega la nada buscando sentido a su existencia. En el caleidoscopio de sensaciones y experiencias que procuran dar sentido al devenir, no hay mucho más que el lenguaje (la palabra) como expresión de la realidad. Por eso, en el imperio de lo efímero quien domina el relato manipula la realidad. Bajo este paradigma los medios de comunicación se vuelven instrumentos de importancia excluyente para la construcción de la realidad. Y controlarlos se vuelve obsesivo cuando la estrategia es el poder por el poder mismo”.
(En este punto, cabe recordar dos aspectos: en la actualidad el gobierno no dispone de todos los medios -la pauta oficial está cortada hasta marzo, se anunció-, en tanto que la oposición sigue teniendo cierto poder de fuego con los medios propios y aliados -para qué nombrarlos, si todos los conocen-).
Montamat señala que “el mundo para los posmodernos es una construcción humana. Lo creamos con las historias que inventamos para explicarlo, según cómo elijamos vivir en él. Los semiólogos afirman que este mundo no es objetivo, es contingente, todo deviene; por lo que no hay verdades objetivas, sino puntos de vista, opciones en la estructuración de la realidad. En cierto sentido es un mundo creado por el lenguaje, unido por metáforas y significados consensuados y compartidos, que mutan con el paso del tiempo. La realidad no es una herencia que recibamos, sino algo que creamos nosotros al comunicárnosla. Incluso la ciencia, para estos pensadores, es una colección de textos e historias, cuya autoridad reside, en última instancia, en su capacidad para convencer a sus lectores de su validez. La realidad, por tanto, está en función del lenguaje que utilizamos para explicarla, describirla e interaccionar con ella. Un Hamlet posmoderno diría que la realidad no es más que palabras, palabras, palabras. Por eso en la posmodernidad, las historias y las representaciones se vuelven tan importantes como los hechos y las cifras que los modernos citan como ancla de la realidad objetiva”.
“En esta realidad dominada por el relato se puede imponer la representación de sensación de inseguridad o sensación de suba de precios. Es más complicado instalar el concepto de sensación de oscuridad cuando se apagan las luces, pero entonces siempre es posible la recurrencia a una causa exculpatoria, como la de que alguien bajó la palanca. La realidad no es como otros dicen que es, la realidad es la del relato dominante. En un mundo donde la realidad está dominada por el relato, la comunicación es casi todo y el dominio de los medios da poder en la construcción de una realidad sobre las alternativas posibles”.
“… De regreso del exilio, y, ya en la etapa de reconciliación y diálogo con sus adversarios políticos, a Perón se le atribuye decir: ´Cuando teníamos todos los medios a favor, nos echaron; cuando tuvimos todos los medios en contra, ganamos´. Otra expresión de realismo aristotélico (…) por más presión y alineamiento al relato que se quiera imponer, la brecha entre las palabras de la realidad que se propone y los datos objetivos de la realidad que se vive se ha vuelto indisimulable. La inflación del changuito, la desaceleración económica, los crímenes de cada día, el deterioro de los servicios públicos y el mal humor colectivo, son datos de una realidad objetiva que el relato ya no puede soslayar por más esfuerzos comunicacionales que se proponga. Es tiempo de rectificar políticas, pero para eso hay que volver a aceptar que la realidad es la única verdad”.
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El análisis del especialista cordobés estaba enraizado en fuertes críticas al gobierno de Cristina Fernández, pero como en Argentina pareciera que el tiempo no pasa (o que nunca evolucionamos), cíclicamente nos enfrentamos siempre a las mismas crisis: si se recortan sus cuestionamientos podrían tranquilamente extrapolarse al actual contexto, o en el final de Alfonsín, Menem o de De la Rúa, CFK, Macri, Fernández, da igual.
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Volviendo a nuestros pagos, queda claro que el convulsionado comienzo de gestión del nuevo gobierno no fue el esperado. Ni por los que tienen la extrema responsabilidad de conducir los destinos de esta pobre provincia, ni mucho menos sus miles de votantes esperanzados en el cambio.
Sería irresponsable y prematuro pronosticar quién está ganando en el campo de batalla del relato. Aunque parezca estúpido, debe recordarse que el gobierno asumió hace menos de un mes. Aquél que quiera imponer un balance negativo debería luego pedir perdón a su conciencia cuando recueste su cabeza en la almohada.
No obstante, debe admitirse – Poggi y los suyos difícilmente lo desconozcan – que el relato tiene sus límites. También el humor social. La construcción discursiva se acaba cuando choca con el paredón de una realidad acuciante. Hacen falta señales fuertes de gestión que alimenten la esperanza.
Claro que no es fácil, en el actual contexto.
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