Argentina vive hace años un clima político donde todos ven la agresión que reciben y nadie la que emite. Esa tensión ha escalado desde el 10 de diciembre. Parte de la responsabilidad de un gobierno consiste en distender, pacificar, suavizar. No está claro que las nuevas autoridades comprendan ese desafío
Por Ernesto Tenembaum *
Primer meme: Un león hermoso, brillante, monumental, levanta en su mano un libro en cuya tapa se lee “Ley Bases”, mientras lo aclama una multitud compacta y eufórica de leoncitos. El león es casi más alto que los edificios que lo rodean y lleva puesta la banda presidencial. Entre él y la multitud hay algunas personas que miran hacia los pequeños leones y festejan. Sus caras son raras, como si fueran y no fueran humanos al mismo tiempo. El contraste entre el tamaño del león y el del resto de los seres vivos es tal, que los leoncitos parecen en realidad pigmeos, o algo menos que eso.
Segundo meme: El león tiene ahora una expresión más seria y solemne. Está de pie, trajeado, con sus manos apoyadas sobre una estructura de mármol, mientras observa cómo desfila frente a él una multitud que se pierde en el horizonte. Los leoncitos no respetan el protocolo de Patricia Bullrich porque interrumpen el tráfico. Parece el desfile de un ejército que celebra una victoria. Al lado del león hay una persona canosa que, otra vez, contrasta por su dimensión insignificante al lado del imponente Rey de la Selva.
Tercer meme: El protagonista es, otra vez, ese poderoso felino, con su cabellera brillosa, sus ojos dorados, su mirada segura y calma. De fondo, se ve el Congreso de la Nación. Dos gaviotas merodean alrededor de su cúpula. Las multitudes -otra vez, millones de figuras pequeñitas con rostro impersonal- lo aclaman mientras agitan banderas argentinas. Él está parado sobre la avenida Rivadavia, sobre una gigantesca cárcel. Sus patas están posadas sobre los barrotes de sus puertas. A partir de aquí, hay un problema de interpretación. El verdadero Javier Milei posteó en Instagram el dibujo, con la leyenda: “Oid mortales el grito sagrado, libertad, libertad, libertad”, como si el león estuviera abriendo las puertas. Pero hay algo raro. Por momentos parece que los pigmeos están entrando en esa cárcel, disciplinados y mansos.
En medio del fragor de las batallas parlamentarias y callejeras que sacudieron al mundo político esta semana, el Presidente de la Nación difundió esta semana esos memes. Las interpretaciones dependerán, claro, de la posición política del intérprete. Donde unos percibirán la expresión de un liderazgo liberador y emocionante, otros pensarán que simplemente el Presidente está jugando, y otros podrán ver evidencias de un inquietante culto a la personalidad. Una primavera democrática, una liberación de las cadenas que han oprimido a los argentinos, o un clima orwelliano. Vaya a saber quién tendría razón.
No es una historia demasiado novedosa. Algo así sucedía en los tiempos del peronismo o, más cerca, del kirchnerismo. Las manifestaciones de adoración a los líderes, promovidas desde el poder, eran percibidas como una merecida devoción popular por sus simpatizantes y como una amenaza por los disidentes. Cuando algún inoportuno, entre los segundos, decía lo que pensaba del tema, ofendía a millones de empoderados que se lo reprochaban. Los aduladores ganaban sus lugarcitos, además, cuanto más agresivos se ponían.
Pero, ¿es tan grande Milei como dice Milei?
Esta historia recién comienza. Conviene siempre tener en cuenta eso entre tanto ruido. Pero, en principio, hay que decir que su crecimiento es deslumbrante. Es un fenómeno político de trascendencia histórica y mundial. No es necesario esforzarse en construir argumentos que justifiquen esa descripción porque él se encarga de eso. “No va a poder presentarse como candidato. No va a pasar las PASO. No va a entrar. No va a ser candidato a Presidente. No va a llegar al ballotage. No gana el ballotage. No va a poder cambiar nada”, posteó en las últimas horas. Y la verdad es que tiene razón: franqueó cada uno de esos escollos.
Desde su triunfo, Milei ha llamado la atención de personajes como Donald Trump -muy probablemente el próximo presidente de los Estados Unidos- y Elon Musk, el hombre más rico del mundo y seguramente uno de los más innovadores. Esta semana, la alcaldesa conservadora de Madrid, Isabel Diaz de Ayuso dijo que es “el político de moda en Europa” y que “ha logrado que el mundo pose sus ojos sobre la Argentina”. Wanda Nara lo calificó como “el presidente más sexy que hemos tenido”. En esa seguidilla pueden entrar desde Daniel Scioli, Carlos Tevez o el Kun Agüero, hasta un cura exorcista mexicano, un blanco supremacista del sur de los Estados Unidos, un humorista japonés que imita aquel famoso sketch en el que revoleaba nombres de ministerios y gritaba “Afuera” (¿o no era un sketch?), o Susana Gimenez.
Lo que ocurrió esta semana en el Parlamento fue una demostración de ese talento inesperado y arrollador. Milei logró poner en escena a un bloque de diputados y diputadas, en su mayoría jóvenes. Se trata de una derecha nada vergonzante, orgullosa de ser de derecha, como bien explicó Lilia Lemoine. No se parecen mucho a los liberales tradicionales, más prolijos, atildados, bilingües, con origen en la zona norte de las capitales o en las áreas rurales. Hay de eso. Pero también hay plebeyos, reos, provocadores, que ocupan el lugar que les dio el pueblo sin timidez, casi con insolencia. Son capaces de gritar Viva Cristo o Viva Bukele sin que se les mueva un pelo. ¿Por qué no lo harían, por otra parte, si en ese mismo recinto se gritó viva Maduro? Hay un nuevo actor en el Parlamento y dejará sus marcas porque, como Milei, va corriendo las líneas de lo que se puede y no se puede decir.
Pero además, el superleón disciplinó a la bancada del PRO. Es muy natural que el bullrichismo se pliegue. Los vínculos entre todos ellos son muy antiguos, desde que el 27 de febrero de 2021 Milei y Bullrich chocaron sus puños en una manifestación anticuarentena. La novedad es el acercamiento de dirigentes que construyeron sus carreras gracias a discursos republicanos y, en los últimos tiempos, dialoguistas y moderados –como Diego Santilli y María Eugenia Vidal, los dos candidatos triunfadores en las legislativas del 2021. Parecían parecidos a Barak Obama o a Angela Merkel pero ahora trabajan para un admirador de Donald Trump y Jair Bolsonaro, que ha dicho que Merkel es lo mismo que Stalin y Hitler.
Se trata de un fenómeno mundial. Mucha gente creía en los Estados Unidos que el histórico Partido Republicano moderaría a Donald Trump o que los sectores conservadores brasileños contendrían a Bolsonaro. Hay ejemplos históricos más terribles de estos fenómenos pero son tan exagerados que conviene omitirlos, al menos mientras no haya elementos para hacer lo contrario. Quien ha expresado esa especie de revolución en la Argentina es el talentoso Javier Milei.
En ese contexto glorioso, el Presidente encontró un método. Hay una base que ya tiene: lo propio más el PRO. Entonces, propone una opción de máxima y negocia con los dialoguistas para conseguir lo que quiere. Así les da un argumento para justificarse ante sus bases y se queda con lo que busca. Alta política.
La ofensiva parece exitosa pero tiene su Lado B. Uno de ellos es que el clima se hace cada vez más enrarecido. Durante cuarenta años, las fuerzas del orden de la Argentina tuvieron muchos desafíos, algunos muchísimos mayores que el de esta semana. Nunca -ni en el 2001, ni en los alzamientos carapintadas- hubo tantos periodistas baleados. El método fue tan brutal que mereció una advertencia de sectores muy diversos de la actividad como el Sindicato de Prensa de Buenos Aires, FOPEA y la Academia Nacional de Periodismo, que preside Joaquín Morales Solá. La ministra Patricia Bullrich propone que los periodistas sigan ciertas reglas para no ser lastimados en próximos conflictos. ¿No se debería haber acordado algo así antes de dar la orden de disparar balas de goma a mansalva? Por otra parte, ¿el disparo de balas de gomas es el único método que existe para dispersar manifestantes?
Es un clima donde todos están heridos y todos agreden. La brutal trompada que recibió un joven libertario, la manera que manifestantes corrieron a diputados de La Libertad Avanza y del PRO, la agresión contra colegas de Todo Noticias y América por parte de manifestantes fue barbarie pura, un espejo de lo que hacía Revolución Federal unos meses atrás. Nadie tiene por qué ser tratado así, por varias razones. Porque se trata de una cobardía, y porque legitima un método. Todo el mundo ve la agresión que recibe, nadie la que emite. Y todo esto deja heridas, dolor, crispación, ansias de venganza.
Otro caso. Myriam Bregman denunció la represión y también amenazas contra ella desde las gradas. Lilia Lemoine le respondió que los manifestantes que responden a Bregman la agreden y la escupen cuando cruza a su oficina del anexo. Luego, Lemoine denunció que en X la amenazaron de muerte. La Argentina vive hace años un clima político donde todos ven la agresión que reciben y nadie la que emiten. Esa tensión ha escalado desde el 10 de diciembre. Parte de la responsabilidad de un gobierno consiste en distender, pacificar, suavizar. No está claro que las nuevas autoridades comprendan ese desafío.
Las desmesuras están a la orden del día. “Cuando los zurdos lloren represión y se esconden con banderas de los derechos humanos recuerden que hoy salieron a golpear a gente por el simple hecho de no pensar como ellos”, escribió Agustín Laje, el intelectual de extrema derecha amigo del presidente Milei. El economista Carlos Rodríguez pidió que uno de los detenidos, de origen chileno “se coma algunos años de prisión en celda solitaria” antes de ser deportado.
Y después está la economía, siempre la economía. Hay un número que ha pasado desapercibido. La encuesta más fiable sobre humor social se llama Índice de Confianza del Consumidor. Hace veinte años le preguntan todos los meses a la gente si piensa comprar o compró bienes muebles o inmuebles, si le alcanza la plata, si se fue de vacaciones más o menos tiempo que el año anterior y así. Lo confecciona la encuestadora Poliarquía para la Universidad Di Tella. En los últimos dos meses ese índice registra una caída de 26 por ciento, un desplome inédito desde que se empezó a medir en 2003. La misma gente mide el Índice de Confianza en el Gobierno, que siempre arranca muy alto para todos los Presidentes que asumen. Esta vez también fue así. La curiosidad es que en el mes de enero, cayó un 8 por ciento, lo que es un fenómeno inédito en el segundo mes de gestión. Si el León quiere seguir adelante con su marcha vencedora deberá pensar que hay un problema serio con el poder adquisitivo de los salarios.
En el mundo económico hay cierta inquietud, además, respecto de si en los próximos meses la inflación no le obligará al Gobierno a producir otra devaluación importante. Domingo Cavallo lo expresó de manera taxativa el miércoles. “Para eliminar la inflación lo más importante es evitar un nuevo salto cambiario antes de que se esté en condiciones de unificar y liberalizar totalmente el mercado cambiario”, escribió.
Igual, no hay de qué preocuparse. Es un fin de semana para festejar y “domar”, como dicen los Libertarios, a quienes “no la ven”.
El Javier Milei verdadero no es, en verdad, tan alto como el león que lo representa. Algunos de sus ex compañeros de Chacarita contaron que compensaba con arrojo y determinación la estatura que le faltaba para el puesto de arquero.
Pero ahora lo conocen en el mundo. Es Presidente. Wanda cree que es el más sexy.
¿Qué más se puede pedir?
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* Periodista (Infobae)
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