Por Eduardo Gargiulo
El viernes por la noche, en la sede del PJ, un tribunal de disciplina devaluado y con ausencias, decidió la suspensión de la afiliación de Maxi Frontera y los legisladores disidentes que le responden. ¿El motivo? Inconducta partidaria. Razón amplia y lo suficientemente ambigua como para que El Editor la pueda impulsar con absoluta arbitrariedad y los obsecuentes de siempre aplicarla sin dudar.
Teniendo en cuenta la “autonomía” demostrada en su accionar por el intendente villamercedino, y los diputados provinciales de su entorno, la medida no parece alejada de la lógica que desde hace 40 años exhibe el ex gobernador. Aquél que no sigue exactamente sus dictados, o tiene la audacia de tomar decisiones propias, es castigado con la expulsión, lo que en la práctica parece querer aplicarse. Para resolver la medida debió aplicarse el beneficio del “voto doble” para la titular del órgano disciplinario, en este caso de la ex mujer de Alberto, Tona Salino: 3 a 2. Todo queda en familia…
Sin embargo, lo que quizás no evaluó El Editor en su justa dimensión fue algo que antes manejaba muy bien: los tiempos. Si esto lo hubiera hecho cualquier día del primer semestre, tal vez muchos lo habrían aceptado como lógico. Pero disponerlo a los pocos días de que el intendente de Villa Mercedes expresara sus intenciones de disputar la conducción del PJ, emparentan la sanción a una artimaña para sacarlo de juego.
Lo ocurrido claramente es un grosero error. Lo más fácil hubiera sido permitir la competencia, ganarle y dejarlo bajo la suela de la conducción. Salvo que haya existido un inconfensable temor de perder frente a su ex protegido, como parece haber sucedido.
Impulsar la “ejemplificadora” sanción ahora, no hace más que victimizar al oponente de Pedernera y acrecentar su figura. Alberto permanecerá controlando el sello y una estructura vetusta y anquilosada. Frontera, en cambio, queda instalado como el dirigente más importante del Movimiento Nacional Justicialista, algo más amplio y poderoso.
El PJ ha votado por cerrar las puertas a la renovación y seguir apostando al látigo y el verticalismo. Cada vez se achica más y representa a menos. Los que aún están se van quedando cada vez más solos, mirándose las caras mientras se hunden en la miseria que les concede la creencia de un poder eterno que cada vez vale menos.
Sin dudas el Maxi es un tipo de suerte. Hasta ayer, muchos lo cuestionaban por haberse inscripto para participar en la contienda electoral, convencidos de la trampa que El Editor le preparaba. Aquél ni siquiera lo había confirmado. Apenas lo había dejado trascender en algunos medios. Pero Alberto pisó el palito y salió a decapitarlo.
En una pelea, por lo general, la tribuna siempre apoya al más débil, o al que parece más bueno. Alberto pudo haberlo sido, si hubiera exhibido no ya generosidad, pero sí cierta amplitud. Del otro lado, el Maxi consolida su propio crecimiento, a partir de la “proscripción” con que lo castigan.
Al primero, los tiempos que transcurren irreversibles lo aproximan a la decadencia y la extinción. Al otro, la vida y la juventud dibujan de optimismo su futuro.
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