Los días previos a la primera vuelta presidencial tienen un protagonista excluyente, que es Javier Milei. Casi todas las encuestas le otorgan el primer lugar. En ninguna de ellas queda afuera de la segunda vuelta y hay una posibilidad de que gane en la primera. Los otros dos candidatos están cada vez más ocupados en hablar de él. Y es el único que puede realizar actos realmente populares. Eso obliga a mirarlo cada vez con más detenimiento. Y esta semana hubo episodios que permiten conocerlo un poquito más.
En las horas posteriores a las PASO, Javier Milei anunció que centraría su campaña en la provincia de Buenos Aires, donde había sacado, comparativamente, menos votos que en otros lugares. Dado el clima de esos días, era previsible que su aparición en el conurbano generara efectos parecidos a los de Carlos Menem en 1989: multitudes saldrían a las calles de tierra para abrazar al salvador. Eso no ocurrió. O, al menos, no sucedió en esa dimensión. Las imágenes que los mismos libertarios subían a las redes eran muy débiles: solo se podía ver un grupo de gente rodeando una camioneta. No había tomas cenitales, ni drones, ni testimonios neutrales donde esas multitudes aparecieran.
Esta semana, finalmente, el aluvión se produjo en Salta, donde miles y miles de personas rodearon a Milei en un clima de fervor que, ni de lejos, pueden mostrar los otros candidatos. Las imágenes son impresionantes. Era una marea humana, que había salido a acompañarlo. El fervor impactaba, sobre todo si se lo contrasta con la frialdad de los actos, mucho menos espontáneos y populares, que rodean a Sergio Massa y a Patricia Bullrich. Ayer mismo, el fenómeno se repitió en Mar del Plata, donde una multitud enfervorizada –en parte movilizada por los gastronómicos de Luis Barrionuevo- coreaba el nombre de Milei y sus slogans preferidos: “La casta tiene miedo” y “Que se vayan todos”.
En ese camino, Milei va construyendo un autorretrato más complejo y controvertido que el del candidato rodeado por gente que lo idolatra. La tensión, el vértigo y los escándalos que sacudieron al país y al mundo esta semana, tal vez dejaron poco tiempo para detenerse en episodios ciertamente inquietantes, que lo tuvieron como protagonista.
El primero de ellos ocurrió en el segundo debate presidencial, que se realizó el domingo pasado. Como se sabe, en varios momentos de su meteórica carrera, Milei sostuvo que se debería implementar un mercado de compra y venta de órganos. “Sería un mercado más. Actualmente hay mucha más demanda que oferta de órganos, así que hay un problema ahí”, dijo.
Durante el debate, Patricia Bullrich le planteó el asunto.
Milei respondió con agresividad:
-Hay 300 mil potenciales donantes y 7 mil personas en lista de espera. Es evidente que hay un problema de corrupción ahí. ¿A vos te gusta el robo?
En esas treinta palabras aparecen algunos problemas serios.
El primero es un evidente desconocimiento de aquello sobre lo que habla. Se supone que el número de 300 mil potenciales donantes surge de la cantidad de personas que mueren en la Argentina, que es aproximadamente esa cifra. Los especialistas explican que solo pueden donar órganos las personas que mueren en terapia intensiva, porque solo en ese contexto es posible su preservación. Eso solo representa el 4 por ciento del total de las personas que mueren. O sea: hay 12.000 potenciales donantes y no 300 mil. Es una diferencia abismal.
Pero, además, la lista de espera de 7000 personas es un porcentaje pequeño del total de las personas que requieren trasplante de órganos. Son, apenas, los casos más graves. Por ejemplo, en este momento hay 30 mil personas que se hacen diálisis. Los expertos consideran que hay cien mil personas que necesitan en este momento un trasplante.
Milei dice que solo 7.000 argentinos necesitan un trasplante y hay 300 mil potenciales donantes. Pero en la realidad, los potenciales donantes son 12.000 y quienes esperan un órgano son 100 mil.
Las diferencias entre uno y otro panorama son abrumadoras.
El segundo problema es que atribuye un delito de corrupción sin ninguna prueba. Milei concluye que al haber tantos donantes potenciales -que no hay- y tan pocas personas que necesitan órganos -algo que también es erróneo-, existe allí un problema, es la corrupción. Probablemente, eso derive de su concepción de que toda regulación es contraproducente y deriva en corrupción.
Ese esquema conceptual no necesariamente es correcto. En el caso del Incucai no es así. Se trata de un organismo que distribuye órganos entre familias que están desesperadas. Muchos de esos órganos no llegan a tiempo para salvar vidas. Sin embargo, no hay denuncias de corrupción o acomodo, como existió, por ejemplo, en el sonado caso del “vacunagate”.
El tercer problema es la nula empatía con situaciones humanas que son muy dramáticas: naturalmente, las declaraciones de Milei generaron mucha alarma entre las personas que esperan un órgano.
Como si cualquier cosa valiera para ganar. Eso que ocurrió con la venta de órganos sucedió también con la acusación al Gobierno de genocidio por el manejo de la pandemia, con cifras -otra vez- muy amañadas o con la afirmación de que Patricia Bullrich “ponía bombas en jardines de infantes”.
¿Será más preciso Milei con los números y los datos en el momento de armar un plan económico?
El segundo episodio ocurrió durante la conferencia de prensa que ofreció Milei el día miércoles. Para entonces, el dólar cotizaba por encima de los mil pesos. Una semana antes, Milei había dicho que “cuanto más alto esté el dólar, más fácil será dolarizar”. Y, luego, sostuvo que el peso era “excremento” y que la gente debía salir de la moneda nacional.
Las declaraciones de Milei produjeron un sinnúmero de cuestionamientos por parte de economistas y políticos de las más diversas líneas: Patricia Bullrich, Sergio Massa, Carlos Melconian, Alberto Fernández, Eduardo Levy Yeyati, Daniel Artana, Emmanuel Álvarez Agis, Daniel Marx, Marina Dal Poggetto, Hernan Lacunza, entre muchas otras personas, señalaron que se trataba de una irresponsabilidad que un hombre que está a punto de ser Presidente, convoque a la gente para que abandone el peso.
En la conferencia de prensa, Milei dijo textualmente lo que antes había argumentado por X (ex Twitter):
“Llevo en política casi 2 años. ¿Me van a culpar a mí de la decadencia de los últimos 100 años, y el escándalo de los últimos 40 y el desastre que ocurre en la Argentina desde el kirchnerismo? ¿Por qué no tratan de ser un poco más serios?”.
El argumento de Milei tiene un punto muy sólido. La fragilidad de la economía argentina no es culpa suya: de hecho, es el que menos responsabilidad tiene entre los tres candidatos con alguna posibilidad para llegar a la Presidencia.
En ese sentido, las acusaciones que recibió de las otras dos fuerzas políticas, tienen un punto débil: el emisor. Dada su perfomance en lo que refiere a inflación, pobreza y pérdida de reservas, no parecen tender demasiado derecho a acusar a Milei de nada.
Pero eso no quiere decir que la acusación sea falsa. Como dice Milei cada tanto, se trata de una falacia ad hominem: si una persona dice algo cierto, por más que no tenga derecho a decirlo, sigue siendo cierto.
La discusión de esta semana no se refería a los últimos cien años, ni a los últimos cuarenta ni a los veinte años de kirchnerismo: sólo se refería a la última semana, cuando se aceleró fuertemente una corrida contra el peso, luego de que el favorito calificara a la moneda nacional como “excremento” y pidiera varias veces a la gente que se desprendiera de ella.
Milei tiene razón cuando argumenta que se conoce hace varios años su posición al respecto. Pero una cosa es la influencia de su palabra como panelista de televisión, o como candidato de una fuerza minoritaria, y otra la que tiene como favorito.
En cada transición, los favoritos -si son opositores- tienen un dilema. Pueden empujar al gobierno al abismo para mejorar sus números electorales, o incluso darle más margen a su futuro gobierno, si el actual deja tierra arrasada. Esa actitud tiene un costo social alto. Puede tratar, en cambio, de serenar las aguas. Esta segunda opción tiene efectos inversos: menos rédito electoral, un poquito de aire al gobierno saliente pero contiene un poco la situación social y financiera.
Ante la creciente tensión, Milei podría haber dicho: “Ustedes saben lo que opino del tema. No quiero repetirlo ahora porque agregaría más problemas. Pero tengan paciencia: en pocas semanas me haré cargo del problema y le encontraremos una solución”.
Eligió exactamente lo contrario.
El dólar se fue a mil pesos en un suspiro.
En la historia democrática argentina no ha habido nunca un episodio así, donde un candidato presidencial estimule abiertamente una corrida que lo beneficiaría electoralmente.
Por si fuera poco, en esa misma conferencia de prensa, hubo otro episodio llamativo. En el momento en que Milei comenzaba a hablar, se escuchaba de lejos la voz de un colega de radio del Plata, que salía al aire para informar, justamente, que el candidato estaba arrancando. No hubo una pregunta conflictiva, una falta de respeto, nada que pudiera interpretarse como agresivo. Milei, igual, se molestó y lo humilló en público:
-Pregunta: los que están hablando, ¿quieren ser parte de la conferencia?
El colega pidió disculpas.
-Perdón Javier, estoy saliendo al aire.
-Bueno. Buscá la forma de no interrumpir. Digamos, te deben querer escuchar a vos seguramente—reaccionó Milei.
El colega informó:
-Bueno, ahí se enoja entonces Javier Milei.
Y él le dijo:
-Vos sos un grosero, que es otra cosa.
Se trataba de un desafío muy pequeño para una persona con poder, que es lo que tiene Milei ahora. Con un “discúlpame, te pido por favor que hables más bajo porque me desconcentrás”, hubiera sido suficiente. No es necesario mucho más para arreglar esa situación, salvo que alguien quiera demostrar el poder que tiene a cada paso. Milei no se comportó con alguien que entiende el desnivel de poder o, peor, como alguien que lo entiende y abusa de él.
Nadie sabe cómo va a salir la elección del domingo próximo. Las encuestas ya no son instrumentos confiables. Y el crecimiento que rodea a Milei puede tener un techo. En la campaña, por ejemplo, del 2015, el peronismo realizaba actos con mucha más gente que Cambiemos. En la del 2013, Cristina convocaba más que Sergio Massa. Y en ambos casos el resultado electoral favoreció al que menos gente ponía en las calles. Sea como fuere, la campaña de Milei es la más espontánea, la que incorpora todo el tiempo métodos novedosos y la que más vértigo y pasión tiene. Este miércoles se verá algo así en el cierre, en el Movistar Arena. Además, ambas mediciones –la de las encuestas y la de los actos—parecen coincidir en que más tarde o más temprano Milei ganará la elección. Y aun cuando no lo ganara, su irrupción tiene características que marcarán la historia política argentina.
En medio de ese vendaval, hay un ser humano con virtudes que le permitieron llegar hasta el umbral del poder, es decir, al que no se debería subestimar. Y, al mismo tiempo, con defectos que son muy preocupantes cuando uno se lo imagina en el centro de la toma de decisiones.
Ojalá no sea así.
Pero, a primera vista, la combinación parece explosiva.
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