Por Eduardo Gargiulo
Seguramente la mayoría ciudadana que votó a Javier Milei no entiende nada de economía, pero les gusta escucharlo afirmar que va a dolarizar el sistema monetario, cansada que nuestro billete cada día valga menos.
Mucho menos conoce el funcionamiento de los vóuchers en la educación o las consecuencias que podría tener, pero creen que no será muy dañino (además suena chic).
Al parecer, a pocos preocupa que diga que va a privatizar las empresas públicas, los medios o el sistema previsional, para volver a las AFJP. Entendible, en parte, para muchos cuya prioridad es llegar a fin de mes.
Presumiblemente, pocos comprenden con precisión qué es eso de “abrazar las ideas de la libertad”, o “las ideas de Alberdi”, pero les suena bien.
Para la mayoría de la sociedad, dejar todo en manos del mercado, como propone La Libertad Avanza, es preferible a dejar que lo sigan manejando “los políticos chorros y un Estado ineficiente”.
El liberalismo, al menos en estos últimos 40 años de democracia, nunca fue una doctrina que en Argentina cosechara una elevada adhesión, como para ganar con tanta amplitud una elección en las urnas. Milei lo hizo.
Tengo para mí que hubo dos frases qué sí entendieron todos, de un lado y de otro, y que calaron profundamente.
1) Muchos de los males que tenemos son responsabilidad “de la casta política” que ha gobernado el país los últimos 100 años, sobre todo radicales y peronistas (raro que en el medio nunca nombre los militares y sus golpes).
2) Complementario con el concepto anterior: “Los mismos que son y han sido parte del problema, nunca pueden ser parte de la solución”.
Por eso llegó “el hombre gris”, el elegido, para cambiar la escena política para siempre, como sugieren sus seguidores. Convencidos de la profecía de Benjamín Solari Parravicini, el reconocido “Nostradamus argentino”.
En un país dividido, con una economía devastada, aumento de la pobreza, inflación galopante y altos niveles de corrupción e inseguridad, lo loco hubiera sido que ganara el ministro de Economía actual, no que se impusiera un chiflado armado con una motosierra y diciendo que quiere cambiar todo. Aunque ambas opciones suenen a delirio.
El León aprovechó como nadie para levantar la voz y refregarle en la cara sus sucesivos fracasos, a los principales representantes del bipartidismo. Se hizo un banquete a partir del marcado hartazgo social.
Estuvo en el lugar justo en el momento indicado, podrán opinar algunos que le intentan bajar el precio. Lo cierto es que el triunfo del libertario es impactante, si se considera que lo logró con apenas dos años desde su irrupción en la arena política. Sin un partido que haya podido vertebrar a lo largo y ancho del país. Con candidatos de escaso fuste y, en la mayoría de los casos, prestados de la misma casta política que aborrece y llama a incinerar.
Sólo con el paso del tiempo tendremos la capacidad de mensurar el terremoto político del que hemos sido testigos.
¿Qué nos espera hacia adelante?
Ni idea. No pocos auguran más descalabro, violencia social, ajuste y otras calamidades.
Nadie, en su sano juicio, puede apostar a un escenario tan apocalíptico. Ni siquiera los que no lo votaron y repudian sus ideas y proclamas.
Los argentinos ya vivimos demasiado sufrimiento como para presagiar más dolores.
Sea o no El Elegido –cada uno crea lo que quiera- ojalá acierte.
Cada vez queda menos margen (y paciencia) para seguir jugando al método heurístico conocido como ensayo y error.
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Un poquito de humor no viene nada mal. Para esos están los memes.
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