Por Eduardo Gargiulo
Si alguien esperaba que el gobernador Claudio Poggi hiciera anuncios de rimbombancia en materia de obras públicas, adelantara una recomposición salarial a los empleados públicos o un impactante plan de reactivación económica, estaba mirando otro canal o se dejó ganar por la nostalgia de un pasado no tan lejano. En cualquier caso, vive en un termo, como llaman a los descolgados.
El discurso fue tan austero como las medidas que ratificó en cuanto a su gestión del manejo de las cuentas públicas.
Si, como vimos, apenas pudo pagar los sueldos de diciembre y enero en dos veces, ¿por qué debería pensarse que dos meses después hizo caja para comunicar grandes proyectos?
Del repaso de los ejes que definió para su hoja de ruta este año, se desprende que habrá que adaptar el apetito a un menú reducido.
Por de pronto no será el gobierno de corte asistencialista que vimos hasta noviembre pasado. El paradigma del estado benefactor ya fue, aunque en el velorio muchos lo siguen extrañando. Poggi reiteró lo que ha dicho quinisientas veces: apoyará al sector privado para que vuelva a crecer y genere puestos de trabajo.
La gran duda es si podrá éste último reactivarse con la brutal caída del consumo, aumento de tarifas y combustibles todos los meses y apertura de las importaciones que propone el modelo nacional gobernante.
De lo anterior también se desprende el desafío de su segundo eje: la lucha contra la inseguridad y la droga, dos flagelos complicados cuyo caldo de cultivo también tiene profundas raíces en el deterioro económico y social. Bien lo describió Poggi, en cuanto a la “rentabilidad” que seduce a quienes se dedican a este “lucrativo” negocio.
Por supuesto que la educación es el mejor antídoto, al igual que el deporte y la cultura, pero sus efectos llevan tiempo, mucho más que la acotada paciencia colectiva.
Recuperar y fortalecer la institucionalidad en San Luis, su cuarto eje, es una aspiración más que loable, pero que las amplias capas sociales sólo alcanzan a valorar cuando tienen el estómago lleno. Hoy por hoy parece más un mensaje al círculo rojo.
Aún dentro del escepticismo, sin embargo, hay cuestiones para resaltar. El hombre lleva apenas 115 días de gobierno y no estuvo de brazos cruzados. Puso su energía para -y se rompió el lomo- ordenar el desmadre: redujo empleados públicos ñoquis, dio de baja a beneficiarios fantasmas de planes sociales y a becados irregulares, eliminó subsidios, cortó pautas, suspendió obras faraónicas, eliminó gastos reservados, entre otros ajustes necesarios. Aun así, no alcanza.
Por de pronto apuesta a recaudar buena plata con la moratoria. Ojalá. A subastar la Casa de San Luis para dedicar lo obtenido a remodelar edificios de salud, como el Policlínico Regional. Vender a precio de chatarra vehículos obsoletos. Todo bien, aunque a simple vista no parecen alternativas que vayan a proveerle un gran flujo de recursos para equilibrar las cuentas.
El gobernador ya tomó plena conciencia que, a diferencia de los suertudos, está en el lugar más difícil en el peor momento. Internamente, recibió una provincia desfinanciada y carente de fondo anticrisis. En el plano externo, cada mes el gobierno nacional le reduce sistemáticamente las transferencias en concepto de coparticipación, rubro que implica casi un 80% de los recursos provinciales. Para completar su mala suerte, el año pasado al eliminarse Ganancias las cajas provinciales también sufrieron una drástica pérdida de fondos.
En este contexto nacional y provincial, día a día aumentan las demandas y, por ende, la conflictividad social, otro frente que le preocupa, ya en función de la propia gestión y de su imagen pública.
Sopesando estas consideraciones, resultaría mezquino exigirle que brindara mejores noticias, para luego descalificarlo por competir con Pinocho…
Qué notable cómo pueden cambiar las cosas en apenas una década. En su primera gestión, Poggi gobernó en la abundancia, por así decirlo, y con la tutoría y padrinazgo de los hermanos. En esta debe hacerlo en medio de la más cochina pobreza, con un hermano tirando piedras y poniendo obstáculos y el otro ofendido y huérfano de poder.
Sin embargo, no todas son pálidas. Al fin y al cabo uno es optimista por naturaleza y él dice serlo también. Veamos:
Algo positivo en esto es que ahora Poggi depende de sí mismo. Todo lo que haga o deje de hacer será producto de sus propias virtudes o defectos. Nadie ignora, él menos que ninguno, que el camino es espinoso, escarpado y plagado de riesgos.
Tiene en su favor una dosis importante de credibilidad, que se traduce –por ahora- en el mayoritario apoyo de la opinión pública; una coalición gobernante que lo sostiene y una oposición (el justicialismo) a la deriva, incapaz de erigirse como alternativa, producto de sus propios yerros y la podredumbre acumulada que signó la caída del régimen en su 40° aniversario.
Aunque parezca intangible, también importa: ha logrado en este difícil marco recrear la esperanza de que podamos aspirar a la construcción de una provincia más ordenada y transparente, con igualdad de oportunidades, con una mejor salud, educación, justicia; asociando al Estado con el sector privado, integrando a las universidades y a las ONGs.
Algo más a favor: en tren de especulaciones, los años pares no se vota. Eso también ayuda y quita presión.
Sin dudas, este es un tiempo de valientes, no una época de cobardes. Veremos si exhibe el temple necesario para convertirse en lo primero, tipología que suele escasear en la góndola de los personajes históricos.
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